lunes, 28 de diciembre de 2009

Copenhague: ¿éxito potencial de un fracaso?


La conclusión de la Cumbre de Copenhague es clara: la pobreza mundial es erradicable a corto plazo. Y hay recursos para ello. Lo que falta es la voluntad política para hacerlo. Y sobre todo, falta un nuevo modelo de desarrrollo económico y social.

Xabier Gorostiaga

La Cumbre sobre Desarrollo Social de Copenhague (6 12 marzo), que abordo el tema de la pobreza, el desempleo y la desintegracion Social en el mundo, es posiblemente la más importante de todas las cumbres internacionales celebradas. No sólo por el número de Jefes de Estado que acudieron, sino por la masiva participación de representantes de la sociedad civil y ONGs que llegaron a Dinamarca: unos 14 mil. Participaron en la Cumbre oficial, tanto en representación de sus ONGs como acompañando las delegaciones de gobierno. Se reunieron también en el Global Village, en lo que fue la Cumbre paralela de las ONGs de todo el mundo.
Pobreza, desempleo y desintegración social
El solo hecho de que en la celebración de los 50 años de Naciones Unidas se haya tenido que reconocer que la pobreza, el desempleo y la desintegración social son los hechos dominantes del mundo de hoy ya es extremadamente significativo. Por lo menos, implica admitir que estos problemas se han escapado del control de las instituciones internacionales responsables de ellos. El documento oficial de la Cumbre reconoce de forma explícita la gravedad de esta triple problemática, reconoce que el desarrollo económico y el desarrollo social son dos aspectos de un mismo proceso y reconoce que estos tres son los problemas principales del mundo, las prioridades que debe enfrentar la comunidad internacional en forma urgente.
Aunque los resultados de la Cumbre oficial hayan sido ambiguos y contradictorios y aunque reflejen la ausencia de voluntad política que el poder mundial tiene hoy para responder a este reto, este triple reconocimiento es un éxito. Un éxito en potencia dentro de lo que fue el fracaso formal de la Cumbre. Los temas están ahora sobre la mesa del mundo, en la agenda de todos y pesan sobre la conciencia internacional.
Ya no se podrá acusar de comunista o de radical a cualquier persona honesta o grupo social que reclame una política que erradique la pobreza, responda al desempleo o evite la desintegración social.

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